L'Estartit
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L’Estartit. Un domingo brillante de otoño. He
decidido ir a comer al Nautilus.
Mientras mojo el pan en la salsa de los
peus de porc con sepia, buenísimos y gelatinosos, un pequeño universo se
presenta ante mis ojos curiosos. Juego a imaginar cómo son las personas que
están sentadas en las mesas cercanas, qué sienten.
Más allá un mar azulísimo, dos veleros anclados en el
puerto. En una de las mesas hay tres surfistas; son jóvenes, hablan en francés
y llevan chanclas. Un langosta enorme brilla en sus platos.
Acaba de llegar una pareja joven con dos hijos pequeños,
no más de cuatro años. Hay mesas libres dentro del restaurante, pero los padres
quieren una mesa de aquellas de la galería, que tienen una vista magnífica
sobre el puerto. Son padres jóvenes. Quizás aún no han descubierto que los
ritmos adultos, las esperas en los restaurantes, las sobremesas con el café, no
están pensadas para ellos, Los padres saben que desde la galería las vista son
magníficas (han venido por eso) y que vale la pena esperar, Los niños, que no
entienden de vistas al mar, que simplemente tienen hambre a esas horas,
reclaman su tributo alimentario y están inquietos. El padres está sentado,
absorto, mientras la madre juega con los peques, los distrae, los consuela, les
argumenta que ya falta poco y les pide que tengan paciencia (una palabra que
aún tardaran años en comprender).
El brilla con pequeños destellos de sol.
En una mesa junto a la ventana, una pareja que ronda los
cincuenta. Vino para él, cerveza sin alcohol para ella. Miran el mar
disfrutándolo, compartiéndolo con el otro.
Delante de mí, una pareja algo mayor que la anterior. En
la hora que llevan comiendo no se han dirigido más de cuatro palabras. Ella
mira por la ventana o remueve de vez en cuando en su bolso, quizás buscando los
mediodías que ya no volverán. Es el momento de los cafés. Él se esconde detrás
de un periódico de color crema. De pronto, el abismo. Ha llegado a la última
página. Deja el periódico sobre la mesa. Él mira a la derecha, ella a la izquierda.
Él vuelve a coger el periódico, muralla de silencio, más alta que la más alta
de las murallas.
Dos veleros entran en el puerto.
Una pareja mayor, con aspecto de jubilados, es la única
que no está en la terraza con vistas al mar. Están sentados en una mesa del
interior, en un rincón. Sus vistas son ellos mismos, parece que lleven toda al
vida hablando y que todavía les quedan muchas cosas por contar-se.
Yo me dejo llevar por la fiebre escritora, escribo de
prisa, a ráfagas, cuando una imagen llama mi atención. El boli se desliza veloz
y llena de azul las páginas blancas.
Probablemente el camarero que hace veinte minutos les
dijo a la pareja joven con hijos “solo serán cinco minutos”, contaba con que la
pareja de franceses se iría en seguida, pero ellos, atrapados por el azul, se
piden otro café. Tampoco se van los surfistas, que deben haberse quedado con
hambre porque han pedido otro plato.
Yo apuro mi copa de vino y pido la cuenta.
Esta nota nació el 20 de noviembre de 2011, mientras comía en el Nautilus.
La imagen es del puerto de l’Estartit visto desde la mesa en la que me
estaba tomando una copa de Remy Martin.
La canción que nos acompaña hoy es Souvenir, un tema de Orchestral Manoeuvres In The Dark, extraído del álbum Architecture & Morality (1981). La tenéis
en este enlace:
https://open.spotify.com/track/6ovrxrZnAvJRbUJ5Sscoqk?si=f72289f0e6344fba
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