Turrones
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Dicen que “comer y rascar y, todo es empezar”. Y es cierto, y mucho más durante las fiestas de Navidad. Quien más y quien menos ha tenido algún día de reposo para rascarse la panza en sentido literal y metafórico. En cuanto a la comida... ¡Madre de Dios! Cenas de empresa, comidas familiares, cenas de amigos, otra comida familiar... Un sin parar: asados, canelones, roscones, turrones, más asados... Y, claro, para facilitar que "baje”, tanta sustancia sólida es necesario regalarla en abundancia, generosidad y variedad.
-¿Qué vino desea? ¿Blanco, negro, rosado?
- ¡Tráelos todos!
-¿Otra copita de cava?
-No te diré que no...
-¿Un chupito? Orujo blanco, de hierbas, ¿ratafía?
-Deja las botellas en la mesa. Ya veremos...
Y al día siguiente más de lo mismo. Hasta que llega un
día en el que te miras esa barriga que tanto gustaba rascarte y descubres que
ha crecido de manera monstruosa:
-¡Esto no estaba ahí hace diez días!
Sí. Comer y rascar todo es empezar. Ahora bien, volver al
estado anterior a la sobredosis alimentaria... Esto ya es harina de otro
costal.
Llega el nuevo año y con él las nuevas intenciones que
sabemos que no durarán ni hasta febrero.
Hay quien opta por las dietas más curiosas y
extravagantes que el ser humano haya podido inventar: la dieta de la alcachofa,
la de la piña, la de la cebolla... (la del turrón todavía está por descubrir,
pero todo llegará).
Yo, amigos, que soy poco amante del ayuno, he optado por
el ejercicio físico. Ponerse en forma, como se dice, bajar unos quilitos,
recuperar la línea.
Sí, sí, las intenciones son muy buenas, y -¡Venga!- hacia
el castillo a correr.
Ejercicio de mantenimiento, le llaman. ¿Mantenimiento?
Más bien, "de sufrimiento", que rima.
Corro tres metros y ya empiezo a sudar los michelines. Resoplo,
me detengo, resoplo otra vez. "¡Madre del Amor hermoso!" como dice un
buen amigo. Esto será mucho más difícil de lo que pensaba. Arranco de nuevo,
vuelvo a sudar, no he corrido ni cincuenta metros y ya tengo ganas de volverme
a casa, como los otros corredores turronófagos que me encuentro por el camino:
caras rojas, mirada perdida, respiración entrecortada... Nos miramos a los ojos,
un instante fugaz, y nos invade un extraño sentimiento de solidaridad "¡Tú
también hijo mío!". Te asaltan las dudas. “¿Seguro que esto sirve para algo?”
“No sé lo que estoy haciendo aquí, con lo bien que estaría estirado en el sofá,
relajado y calentito” “Pero si lo único que tengo que hacer es vigilar un poco la
comida. Esta semana ensalada y carne a la brasa”.
Buenas intenciones.
Llego a mi casa, rojo como un tomate: "No me siento
las pierna", como decía aquél.
Una ducha. ¿Sabes qué? -Piensas mientras el agua limpia el
sudor- Mañana volveré un ratito. Bueno... si no vuelvo mañana, pasado y si no,
la próxima semana, que ésta lo tengo un poco complicado.
Buenas intenciones...
Esta nota, más del vientre que del corazón, y llena de
buenas intenciones, ha ido tomando forma, entre resoplo y resoplo, en el
castillo de Sant Ferran, lugar de penitencia de muchos figuerenses. El escrito
se ha materializado en la terraza del Breston, tomando una cañita, para empezar
la dieta con buen pie. Tengo que confesar, no obstante, que me he permitido
alguna licencia literaria y alguna exageración: En efecto, no empecé a resoplar
al cabo de cincuenta metros... ¡Fue al cabo de quince!
El tema musical de hoy es una canción de Lesiem, del
álbum Times (2009): Fortitudo
(Fortaleza), creo que la necesitaremos para rebajar esos quilitos
recalcitrantes.
https://www.youtube.com/watch?v=249_vUMUzqs
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