Correspondencias


 [anar a la versió en català ]

Llevo algunos días en los que me cuesta dormir.

El motivo no es otro que la métrica. Busco un verso, pero aquí me falta una sílaba y  allí me sobran dos. Creo tener la palabra oportuna y la duda me acecha. En efecto, vuelvo al vicio de traducir poesía. Después de la resaca de las Bucólicas de Virgilio, el ritmo me reclama de nuevo.

Esta vez el poeta elegido es Baudelaire, Les fleurs du mal.  Pero antes me gustaría compartir con vosotros mi historia personal con Baudelaire, que viene de lejos.

Primer acto. Un joven estudiante de Figueres 15 años se sacaba unos dineritos trabajando de camarero en verano en Le Perthus, Allí conocí a Marie, una chica francesa de padres españoles, que vivía en Céret y que ese verano trabajaba de dependienta en La Tramontana. Cuando acabó el verano, y cada uno volvió a su hogar (yo al sur, ella al norte, casi como en la canción Une belle histoire, de Michel Fugain) Marie me regaló una carta que iba acompañada de un poema de un autor que yo no conocía en absoluto. El poeta, es fácil de adivinar, era Charles Baudelaire, el poema, Correspondences.

Segundo acto. Un par de años más tarde, ya en bachillerato, la profesora de literatura nos propuso un trabajo sobre algún escritor no español y yo me decanté, supongo que como homenaje a aquel fugaz amor adolescente, por el autor de las Flores del mal, al que pronto añadí a sus paisanos Rimbaud y Verlaine. Creo recordar que el trabajo resultante no fue gran cosa, pero me sirvió para acercarme a ese maravilloso y tortuoso mundo de los poetas simbolistas.

Era una época en la que (ahora soy consciente de ello) descubrí la literatura, la literatura con mayúsculas, al menos la escrita o traducida en lengua castellana, porque por aquel entonces la literatura catalana (que descubrí y saboreé más tarde) no se incluía en los planes de estudio: Jorge Manrique, El Quijote (completito y en versión original), Quevedo, La Regenta, la poesía de Machado, Lorca, Miquel Hernández...

Eran lecturas académicas, es cierto, pero desde la distancia, recuerdo que yo leía los autores, no los estudiaba. Eso lo dejé para más adelante cuando cursé la carrera de Filología.

En esos años del bachillerato de letras, con latín y griego como materias estelares, los autores consagrados de la Literatura Española no fueron los únicos que llegaron a mis ávidas manos: La profesora de griego nos recomendó una tragedia de Sófocles (no recuerdo cual, pero creo que debió ser Edipo). Cuando la acabé, Sófocles me apasionó de tal manera que no tardé en leer el resto de su obra en la sala de la Biblioteca Pública de Figueres, situada entonces en un pequeño edificio del Carrer Ample. Gracias a Sófocles descubrí con entusiasmo la tragedia griega. Ya no eran libros de lectura obligatoria, sino elegidos libremente. A Sófocles le siguieron sus compatriotas Eurípides y Esquilo, la Ilíada y la Odisea de Homero, y los romanos Plauto, Virgilio, Horacio, Marcial... que desde entonces nunca han dejado de acompañarme. 

Pero eso es otra historia. Volvamos a Baudelaire...

Tercer acto. Ya en la facultad, cursando Filología Hispánica en el Col·legi Universitari de Girona (el CUG, abreviatura  que nos hacía mucha gracia por su parecido fonético con CUC, que, en catalán significa gusano –aunque peor lo tenían los estudiantes del Col·legi Universitari de Lleida, que estudiaban en el CUL...-). En ese tiempo, como decía, mi amigo Charles apareció en dos asignaturas, en la de Literatura Castellana, que nos daba la profesora Dolors Oller, y en Crítica Literaria, a cargo del profesor Salvador Oliva. Para la primera trabajé en la traducción de un poema. ¿Cuál? Fácil, Correspondences, de nuevo. En esa ocasión ya propuse una traducción propia en verso (está claro que mis inclinaciones entonces se iban asentando definitivamente). Para Crítica Literaria decidí hacer un trabajo sobre el poema titulado Moesta et errabunda, “Mujer triste y errante”. Elegí ese poema porque el título era en latín, mi otra gran pasión. En aquellas clases, como es natural, no solo leíamos los poemas: los estudiábamos, los analizábamos, los descuartizábamos, y finalmente, desde el conocimiento, los recomponíamos. Un proceso que no se habría producido si antes no los hubiésemos leído con atención. Leído, insisto, sin estar pendientes de un examen ni de una lista de fechas y datos por memorizar, pero eso es un tema que dejaré para otra nota...

Cuarto acto. En los años 80 la mayor parte de jóvenes varones perdía un año de su vida en aquello que llaman "La mili", el servicio militar obligatorio para defender la patria "En caso de que ataque el enemigo". En las largas y tediosas tardes que me tocó vivir en los cuarteles de Melilla, tuve la suerte de estar al cuidado de la pequeña biblioteca del cuartel. La Biblioteca era tan poco frecuentada que me quedaba mucho tiempo libre para leer y para escribir. Allí nacieron mis primeras traducciones “profesionales”, por decirlo de algún modo, algunas de  las cuales luego he tenido la fortuna de ver editadas: Marcial, Horacio, Virgilio... Y allí fue donde traduje por primera vez las Flores del Mal de Baudelaire de manera sistemática, buscando el ritmo y la música de las palabras sin traicionar el poema original más de lo estrictamente necesario. Espero que os guste. 


La Nature est un temple où de vivants piliers

Laissent parfois sortir de confuses paroles;

L'homme y passe à travers des forêts de symboles

Qui l'observent avec des regards familiers.


Comme de longs échos qui de loin se confondent

Dans une ténébreuse et profonde unité,

Vaste comme la nuit et comme la clarté,

Les parfums, les couleurs et les sons se répondent.


II est des parfums frais comme des chairs d'enfants,

Doux comme les hautbois, verts comme les prairies,

— Et d'autres, corrompus, riches et triomphants,


Ayant l'expansion des choses infinies,

Comme l'ambre, le musc, le benjoin et l'encens,

Qui chantent les transports de l'esprit et des sens.


La Natura es un templo en que vivos pilares

dejan salir a veces palabras confusas.

El hombre la atraviesa por bosques de símbolos

que le observan con miradas familiares.

 

Como los ecos que de lejos se confunden

en una tenebrosa y profunda unidad

tan vasta como la noche y la claridad,

perfumes, colores y sones se responden.

 

Hay perfumes frescos como la piel de un niño,

dulces como un oboe, y verdes como un prado;

y los hay putrefactos, y triunfantes y ricos,

 

que tienen la expansión de las cosas sin fin,

como el almizcle y el ámbar, el incienso y el benjuí,

que nos cantan los lazos del alma y los sentidos.



Nota creativa: Este texto  vio la luz por primera vez un seis de abril de 2015, lunes de Pascua, en Figueres, y hoy, 8 de abril de 2022, he querido revisar los ritmos de aquella primera traducción. La imagen que acompaña es "El bosque" un dibujo a lápiz de Clàudia Cobos, mi hija, muy oportuna para el texto de Baudelaire; como tema musical, una de las mejores composiciones de Paco de Lucía, un tema con el que se activan todos los sentidos y que a mí me pone la piel de gallina: Entre dos aguas (1976). 

https://www.youtube.com/watch?v=0o8vszqVL2U

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