Bernini



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Escena primera
Perpetuum ver est quo dum Proserpina luco
ludit et aut violas aut candida lilia carpit,
dumque puellari studio calathosque sinumque
inplet et aequales certat superare legendo,
paene simul visa est dilectaque raptaque Diti:
                    (Ovidio, Metamorfosis 5, 391-395).

Es siempre primavera en el bosque en que juega
Proserpina y recoge flores, blancos lirios o violetas.
Y mientras llena su túnica con afición infantil
y las cestillas y compite para recoger más sus amigas,
al instante fue vista y amada y raptada por Dis.

 


Escena segunda

Ergo age, care pater, cervici imponere nostrae;
ipse subibo umeris nec me labor iste gravabit;
quo res cumque cadent, unum et commune periclum,
una salus ambobus erit. mihi parvus Iulus
sit comes, et longe servet vestigia coniunx.

                (Virgili, Eneida, 2, 707-711)

Vamos, padre amado, súbete a mis espaldas,
te llevaré a hombros, y ese esfuerzo no me pesará,
y a donde los hados nos lleven, común será el peligro,
común la salvación: que el pequeño Julo
me acompañe y que mi esposa siga nuestros pasos.

 


 

Escena tercera
'fer, pater,' inquit 'opem! si flumina numen habetis,  
qua nimium placui, mutando perde figuram!'
vix prece finita torpor gravis occupat artus,
mollia cinguntur tenui praecordia libro,
in frondem crines, in ramos bracchia crescunt, 
pes modo tam velox pigris radicibus haeret,
ora cacumen habet: remanet nitor unus in illa.

                    (Ovidi, Metamorfosis, 1, 545-552).

"Socórreme padre -dice-,  si los ríos tenéis poder divino,
rompe, transformándola, esta figura que tanto le gusta.
Apenas acaba su ruego,  un gran peso inunda sus miembros,
a su tierno corazón le rodea una fina corteza,
sus cabellos se vuelven hojas, los brazos, ramas;
los pies, veloces antes, se clavan en lentas raíces,
la cabeza es la copa, en ella solo queda el brillo.

Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) tenía veinte y pocos años cuando convirtió el mármol frío en carne palpitante: Los dedos de Plutón clavados sobre el muslo de Proserpina, la mirada triste y resignada de Eneas, las hojas transparentes de Dafne. 

Y el movimiento, el increíble movimiento que el artista extrae del mármol rígido para hacernos sentir la sensación de que las figuras se pondrán a andar en cualquier momento.

Y el instante, la elección del instante preciso para potenciar nuestra imaginación.

De las muchas lecturas que debo a mi profesor Salvador Oliva, en los cursos de Crítica Literaria que saboreamos en la Universidad de Girona, me marcó especialmente la obra de Lessing, Laocoonte o sobre los límites en la pintura y poesía (1766). En ella, el autor hacía una comparación magistral entre la escultura de Laocoonte (s. I pC) y los versos de Virgilio (s. I aC) que describían la misma escena (Eneida, 2, 101-ss).

Lessing realiza una serie de reflexiones muy acertadas sobre las diferencias entre la poesía y la pintura, entendiendo como pintura cualquiera de las artes visuales, ya sea pintura propiamente dicha, escultura, relieve, etc. El crítico afirmaba que la poesía, gracias a su discurso narrativo y temporal, podía describir una escena de forma lineal y de principio a fin, mientras que la pintura (o escultura, por supuesto) sólo podía representar un solo momento de toda la escena y que, por tanto, la elección del momento a representar debía ser lo más productivo posible.

Bernini ha sabido escoger instantes especialmente dramáticos y productivos para la imaginación del espectador.

En la narración de Ovidio, Proserpina cosechaba flores con las amigas, cuando, de repente, aparece Plutón. Bernini esculpe al instante preciso en que el dios, decidido y vigoroso, levanta la chica hacia arriba. Sus brazos poderosos le atenazan por la cintura y la pierna con un lazo indisoluble. Ella intenta resistirse a su raptor, le planta la mano contra la cara, pero sabe que está perdida, y ni siquiera es capaz de gritar, sólo una lágrima que se desliza mejilla abajo y un gemido de impotencia. El raptor olímpico anda con paso firme, los músculos en tensión, sin prisa, sabedor de su fuerza. Nosotros, los espectadores, sabemos que nada podemos hacer, que nadie puede hacer nada. Plutón se la llevará a los infiernos y la hará su esposa. Después vendrá la añoranza de Ceres por la hija raptada, las lágrimas de otoño, la tristeza invernal, y por fin, al recuperar a la hija gracias al pacto, el estallido florecido de la primavera y el oro de las espigas en verano.

En cuanto a Eneas, Virgilio describe la última noche de Troya en el libro segundo de la Eneida: después de diez años de guerra, los griegos ocupan la ciudad que será devorada por las llamas. Los dioses, mediante diversas señales, hacen ver a Eneas que hay que huir, salvar a los dioses de la patria e ir mar allá del mar a fundar una nueva Troya. Bernini nos muestra el instante dramático y doloroso en el que Eneas carga con su padre en la espalda: la tristeza en los rostros, los músculos jóvenes de Eneas, el cuerpo flácido del padre Anquises, la esperanza de futuro del pequeño Ascanio. Luego vendrá un largo periplo por el mediterráneo hasta llegar a las costas de Italia para fundar Lavinium, de donde saldrán sus descendientes que un día levantarán Roma, la ciudad eterna.

¿Y qué diremos de Apolo y Dafne? Ovidio narra el mito en casi cien versos (Metamorfosis, 1, 452-567). Cupido, como venganza por la soberbia de Apolo, ha hecho que éste se enamore de la ninfa Dafne y que ella, en cambio, lo rechace. El dios la persigue sin tregua y cuando parece que por fin está a punto de atraparla, entonces el padre de Ninfa, el río Peneo, la transforma en laurel. Bernini, también ahora, ha sabido encontrar el momento más sugerente: Apolo está a un palmo de la ninfa, alarga el brazo, parece que va a llegar tocarla, pero hace tarde. Dafne ya no es la chica que era y apenas comienza a ser el árbol que será: le nacen las primeras raíces, le crecen las primeras hojas. Al otro lado del espejo, nosotros, los espectadores boquiabiertos, admiraremos el virtuosismo técnico del artista, y completaremos la metamorfosis en nuestra imaginación.

Esta nota marmórea ha sido concebida en las salas de la Galería Borghese de Roma, y ​​ha reposado durante unos meses, como el buen vino, para ver la luz. Los textos originales son de Ovidio y Virgilio, la traducción métrica es nuestra. El tema musical es Sarabande de Handel (1703-1706).

https://www.youtube.com/watch?v=klPZIGQcrHA

 


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